En pocos días, nuestro país celebrará 203 años de independencia. Las calles se tiñen de rojo y blanco, y las casas se esmeran en estar en sintonía con las fiestas patrias. Sin embargo, en lugar de sentirnos completamente felices, deberíamos cuestionar los valores que componen nuestra identidad nacional y el rumbo que daremos a nuestras futuras generaciones.
Jorge Basadre nos deja una reflexión valiosa sobre la definición del Perú: «Quienes únicamente se solazan con el pasado ignoran que el Perú, el verdadero Perú, es todavía un problema. Quienes caen en la amargura, el pesimismo, y el desencanto, ignoran que el Perú es aún una posibilidad.»
Considero que este fragmento refleja acertadamente el desarrollo histórico de nuestra identidad nacional. Nuestro país ha nacido marcado por diversas construcciones sociales, es decir, ideas artificiales armadas en nuestra mente para buscar el progreso. Por eso, mencionaré algunos eventos particulares que considero son las bases estructurales de una coyuntura crítica no resuelta hasta hoy.
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En primer lugar, tenemos el proyecto de la Confederación Perú-Boliviana en 1836, un intento de unir estratégica y comercialmente a dos países. Esta unificación pudo haber sido la «Brasil del Pacífico» por su gran territorio y las materias primas que en el futuro serían descubiertas. Sin embargo, terminó fracasando debido a desacuerdos internos y a la conspiración de Argentina y Chile, que veían afectada su geopolítica.
Otro de los eventos más recordados es la Guerra del Pacífico. Según el politólogo Martín Tanaka, nuestra autoestima nacional se dañó porque, en lugar de aceptar que perdimos la guerra por la superioridad del ejército enemigo, adoptamos la idea de que fracasamos como Estado-nación debido a nuestra falta de integración y a la irresponsabilidad de las élites. Tanaka expresa que este argumento sirvió como crítica a las élites oligárquicas y fue apoyado por pensadores como González Prada, Belaunde y Basadre; sin embargo, con el tiempo, este discurso se convirtió en una melancólica narrativa que fue perdiendo racionalidad.
Asimismo, las ideas del racismo científico llegaron a Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Este constructo social sostenía que había razas que evolucionaban y otras no, lo cual encajaba perfectamente en un país que, por sí solo, había creado una imagen dividida. Con esto no niego que no hayan existido diferencias, pero nos hemos encargado de exacerbarlas.
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¿Cómo es el Perú de hoy? Creo firmemente que las percepciones y prejuicios sociales que existen en el Perú, tanto antes como después de nuestra independencia, han tenido un impacto significativo en nuestra sociedad. Estos prejuicios se reflejan especialmente en las diferencias regionales, las cuales hemos convertido en nuestro talón de Aquiles. A menudo se habla de un sentimiento antiperuano histórico en los países vecinos debido a conflictos pasados, pero yo sostengo que también existe un sentimiento antiperuano interno, creado por generaciones anteriores de peruanos y perpetuado por nosotros mismos en nuestra vida diaria.
Por tanto, somos producto de un pasado precioso, complejo y en constante redefinición. En medio de este Estado-Nación volátil, como reflexión, podría decirles que no nos dejemos engañar por discursos que juegan con nuestras emociones, sentimientos o anhelos sobre nuestras necesidades, deseos o carencias. Recordemos que el terrorismo vendió la idea de una justicia radical inmediata mediante un discurso de odio.
Este hecho nos debería servir de lección para no caer en las reglas del juego del progresismo, que apuesta por mercadear que existen miles de diferencias entre nosotros. Es así que su retórica se basa en una polarización constante para sobrevivir día a día; estas narrativas nos hacen creer que el Perú es un problema, pero nosotros debemos encargarnos de convertirlo en una «posibilidad».
¡Felices fiestas Patrias!
Estudiante de Ciencia Política