Hugo Chávez y Nicolás Maduro, como viles sembradores, esparcieron numerosos errores en su sociedad, usurpando las legítimas posesiones privadas, difundiendo la encarnizada lucha de clases, propagando injusticias y trastornando el orden interno. Chávez y Maduro, hombres de conciencia oscurecida por la ambición desenfrenada, y por la obstinación de querer implantar el socialismo a pesar de los graves resultados que demuestra la experiencia, han desterrado toda posibilidad de vida digna en Venezuela, provocando el movimiento migratorio de mayor magnitud registrado en Sudamérica.
Por eso, ¡sublimes y esperanzadoras! resultaron las imágenes de las demoliciones de las estatuas erigidas en honor a Hugo Chávez, en distintas ciudades venezolanas, luego del fraude electoral. Las destrucciones de los monumentos levantados con el objeto de perennizar a Chávez, revelan un síntoma: El pueblo venezolano ha identificado al originador de la catástrofe actual, al engendrador de todos los males sociales, al hombre que esterilizó a una nación entera y destruyó la unión familiar. En síntesis: El pueblo venezolano ha comprendido que la raíz de todas sus desgracias, está en la figura del comandante Chávez, entre otras cosas, porque fue él, quién seleccionó y autorizó a Maduro para continuar con el proceso revolucionario.
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Ahora bien, la construcción de estos monumentos en honor al líder de la revolución bolivariana, deben interpretarse a la luz de una vieja estrategia iniciada por los soviéticos, nos referimos al “culto a la personalidad”. Este “culto” -denunciado por Nikita Jrushchov en su célebre Informe Secreto de 1956-, lo definimos como una ciega inclinación ante la autoridad política, donde se busca divinizar la imagen del político y se pondera de manera desmedida sus atributos, mostrando la imagen de un hombre honorable, de enorme grandeza, benefactor de las masas populares, enérgico defensor de la justicia, entre tantos otros valores falsamente atribuidos.
Pero, ¿quién es Chávez y quién Maduro? ¿Quién es el engendrador y quién el engendro? La respuesta la hallamos en el cuento Diablo (1902) de Jack London. Este estupendo y recomendable cuento, pareciera que prefigura las personalidades del iniciador del proyecto revolucionario Hugo Chávez y de su epígono Nicolás Maduro. Dice London: “El perro era un diablo. Muchos lo llamaban engendro del infierno, pero su dueño, Black Leclere, escogió el vergonzoso nombre de Diablo. El dueño también era un demonio y ambos hacían buena pareja. Leclere, lo había moldeado hasta convertirlo en una gran bestia, lista para cualquier bellaquería, rebosante de odio, siniestra, malévola, diabólica. Leclere, reforzó aun más su iniquidad congénita”.
El fraude venezolano
Cada vez más, vemos con mayor agudeza que la pugna electoral en Venezuela fue desequilibrada e injusta desde el principio. El régimen bolivariano tenía planificado cada movimiento para contrarrestar la insurgencia popular, fijar mediáticamente el relato de que el pueblo opositor es terrorista y difundir la escandalosa noticia de los ataques cibernéticos sufridos por el comité electoral venezolano para así ocultar los resultados oficiales. ¡Parece que la institucionalización de la mentira es el destino natural de todo régimen socialista!
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La pestilencia chavista ha contagiado al cuerpo militar y la corrupción desvergonzada ha tomado posesión del CNE. “El chavismo es la reactualización del jacobinismo en su versión socialista”: En Venezuela ya empezó la etapa del terror, Maduro ordenó la creación de un sistema de acusación cibernética para detectar a los enemigos del régimen y encarcelarlos. Nada los detendrá, son despiadados y su fin principal es la conservación del poder ilegítimo.
Recordamos con nitidez, las ácidas palabras de Chávez en la Asamblea General de la ONU en 2006, al referirse al expresidente George Bush, con la sardónica expresión “huele a azufre todavía”. Ahora, tiempo después, como una cruel ironía del destino, el oprimido pueblo venezolano, rememora estas palabras y sin rastros de ironía maliciosa, sino que, por el contrario, conociendo la verdad, arroja enfurecido las palabras: “¡Chávez, ahora el Palacio de Miraflores desprende un nauseabundo olor a azufre!”.
Lic. en Ciencia Política