No hay duda de que el sistema educativo en el Perú está en cuidados intensivos y requiere atención inmediata. Esto se refleja en el acostumbrado cambio de ministros en los últimos cuatro años y en la significativa influencia de diversas ideologías. En tal sentido, es necesario que la nueva ministra Miriam Ponce interiorice que el Estado sigue en deuda con más de ocho millones de escolares.
Soy docente y me he preguntado en reiteradas ocasiones si algún día dejaremos de teorizar el mismo problema. Los años pasan y la crisis se agudiza. Va en aumento, es grave. De hecho, convivimos con un cáncer que debe ser extirpado de raíz; sin embargo, insistimos en culpar al otro. No hay un diagnóstico ni tratamiento, pero seguimos como si nada pasara. En tal sentido, en las siguientes líneas me atrevo a ofrecer algunas recomendaciones para tratar el problema.
En primer lugar, las escuelas deben entender la importancia de innovar la forma en que se enseña. La clase no puede consistir sólo en lo que diga el profesor. Porque, así como los tiempos cambian, los niños y adolescentes también cambian. Bien decía Robert Swartz, profesor y filósofo, las personas (estudiantes) no saben utilizar su mente; es decir, no se trata de memorizar sino de razonar lo que se aprende. Sin embargo, en las aulas de clase todavía persiste el modelo tradicional (“educación bancaria”) donde no se atiende a las características, intereses y habilidades de cada estudiante, debido a que el único protagonista es el docente. Entonces, la pregunta cae como un martillazo, ¿las escuelas son lugares atractivos para los estudiantes?
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En segundo lugar, también es importante considerar que los cambios en las escuelas deben empezar desde las universidades, más precisamente desde las facultades de Educación. Resulta alarmante que los futuros docentes (inicial, primaria o secundaria) pretendan aprobar cursos sin saber investigar o tengan el poco (o nulo) interés por aprender a enseñar y acompañar a los estudiantes en su desarrollo personal y académico. Las universidades deben comprometerse a formar una nueva generación de docentes de calidad, competentes frente a los nuevos retos del siglo XXI.
Por último, hablemos de calidad educativa cuando las escuelas entiendan que las exigencias administrativas jamás deben estar por encima de los aprendizajes. Cuánto deseo como docente que las instituciones aprendan a crear una cultura colaborativa y de acompañamiento sostenido al equipo docente.
En síntesis, es muy difícil alcanzar la calidad educativa cuando observamos que las reformas solo quedan en papel. Se hace necesario repensar sobre el tema y tomar decisiones desde nuestra tribuna. No nos acostumbremos a la leguleyada de cierto sector que solo lleva agua para su molino.
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Escritor y profesor