Cultura

El pueblo sustituye a Dios | Opinión

En La sabiduría de las multitudes (2005), James Surowiecki asume que hay inteligencia en la multitud. Francis Galton, en 1907, fue el precursor de esta confiada teoría que hallaba en la diversidad una brillantez escondida que, en realidad, no existe.

Lo que hay es un remolino de emociones que ceden a la fuerza gravitatoria de la masa, donde tu razón se anula. Ningún brillo había en las cultas muchedumbres que adoraban a Hitler o a Mussolini en su vorágine de destrucción y donde tú podías ser el judío que veía al monstruo nacer.

La masa amenaza tu intelecto, pero también tu libertad y propiedad. Te crees el zoo político ateniense, pero en la ciudad Estado tú serías una partícula en el engranaje que te reclama como suyo. Aún ahora eres sofocado por el poder y devorado por la masa. La muchedumbre es irracional, sugestionable, fácil al contagio de la maldad. Dentro de ella eres el hombre gris al que Ingenieros retrataba como cobarde, porque de elegir el coraje morirías por rebelde y descreído. Lee la Rebelión de Atlas, de Ayn Rand. En masa no existe el viaje del héroe de Campbell ni coraje ni convicción para elegir ese camino, eres rebaño.

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Gustavo Le Bon vio a las masas en su inescrupuloso e inexorable poder y así los totalitarismos fascistas del siglo XX recogieron la teoría de la barbarización de la multitud solo para perpetrarla. Ortega y Gasset se espantaba del ascenso de las masas en el quehacer cotidiano, pero las masas no se rebelan, la rebelión solo la hace el individuo aislado en su razón.  Entramos así a la Era de la muerte del individuo, de tu muerte misma, como pasamos del oscurantismo medieval a la luz del renacentismo y luego al reentre del nuevo oscurantismo, menos sutil y más ruidoso, el de la decadencia del pensamiento individual.

Ortega vio perderse el genio creativo de las elites, ¿te imaginas genio y creador? Si viviera sería lacerado por la barbarie de descubrirte activo en las redes sociales, esas que, según Umberto Eco, les dan voz a los estúpidos.

El pueblo sustituye a Dios y la masa es sacralizada: la voz del pueblo es la voz de Dios y es la voz de Dios en urnas, y sabemos que no es cierto y tú lo sabes porque no votaste equivocado. El problema es que el hombre masa gobierna, aplasta a la minoría, porque más allá de la lírica sobre la vieja Atenas, la democracia es emocional.

El hombre masa vota por tendencias, aunque esas tendencias te lleven mañana A TI al paredón. Quizás la democracia y la libertad no se casen o quizás, mejor, convendría entender el sufragio como un mecanismo y reconceptualizar la democracia, entendiéndola como estado de derecho y vigencia de los derechos fundamentales. Un reajuste sería la derrota de la hegemonía sentimental frente a la fuerza inmensurable de la razón.

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