En la lucha de los albores republicanos, la dialéctica fue «orden» o «libertad», no en conjunción, sino en disyuntiva. Bartolomé Herrera defendía con ardor el pragmatismo conservador de un país que abrazó la independencia en medio del caos, entendía bien la superioridad de la razón para mandar. Los hermanos Gálvez, desde el idealismo liberal, se centraron en los principios republicanos sin asumir la razón de fondo de por qué Don José de San Martín, conocedor de la política peruana, formuló el monarquismo para una sociedad renuente a independizarse y obcecada en la confrontación anárquica.
El orden y la libertad antagonizaron hasta la conciliación teórica de la Constitución de 1860, conservadora y liberal a la vez, algo así como el abrazo de Maquinhuayo entre las dos posiciones. Esta batalla representa el entendimiento liberal conservador en el Perú. En 1834 las tropas rebeldes de Echenique cambiaron de bando para abrazar a las del presidente Orbegoso.
Para el idealismo doctrinario, todo se supone perfecto y adaptable, los individuos obedecen y se responsabilizan. La libertad plena no tiene cortapisas para la naturaleza humana pura y mansa. Contra el idealismo rige el pragmatismo y este es la prevalencia de la realidad. Si se entiende la maldad humana como la entendieron Hobbes y Maquiavelo, no hay zonas blandas de aplicación de la política, ni aún en una sociedad libre. Así, el derecho punitivo impide las conductas antisociales y el Estado gendarme asoma para que el caos no destruya la institucionalidad, la libertad y la vida. No hay libertad sin principio de autoridad, ambos conviven para el orden público y el desarrollo de los proyectos privados de vida.
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La idea del orden no es destruir la libertad, es protegerla como se protege la vida y la propiedad. El orden de vincula al Estado de derecho, afirmando el monopolio de la violencia y actuando con determinación frente a quienes quieren aprovechar los “excesos” de la democracia y sus huecos, para socavarla.
Cuando se pretende relativizar las funciones de quienes ejercen la violencia legítima, reina la anarquía, la impunidad, la levedad y las contemplaciones de la justicia. No se trata de permitir que oprobiosos regímenes dictatoriales ganen la partida como en los 70 en América Latina, el orden no es dictadura, pero impide el caos. Quienes creen que las Fuerzas Armadas deben abolirse o que la Policía debe pasmarse en el caos, quizás estarían felices en un régimen maoísta o estalinista, donde con marrocas y látigo sean dirigidos a la hambruna del campo o al terror del gulag.
La anarquía y la prevalencia del mal es la condición ideal de los enemigos de la libertad: los extremistas de izquierda y los antisistema que acarician la ideología de la muerte.
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Abogado y escritor