Usualmente, en el Perú, cuando uno habla de arte se imagina a los mismos exponentes de siempre. A aquellos que, año tras año, ganan los estímulos del ministerio de Cultura para realizar obras “contestatarias”, aquellos que creen tener el monopolio de la terminología artística y se creen amos y señores de la cultura peruana.
Este es un gran problema al que nos enfrentamos los artistas que no encajamos, necesariamente, en el molde ideológico convencional.
Si eres artista y, por ejemplo, crees en la defensa de la vida, medio que te miran raro, estigmatizan tu obra sin siquiera leerla (verla o escucharla), no te invitan a presentaciones culturales ni ferias del rubro, dejas de pertenecer a la popularmente conocida “argolla” y hasta los medios tradicionales te voltean la cara.
Conozco, incluso, amigos escritores que por más brillante que sea su obra nunca ganaron ningún premio ni ninguna distinción pública.
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Frente a esta lamentable realidad local, quiero hacer un par de reflexiones sobre el arte en sí y animar a artistas disidentes a no claudicar en esa vocación tan especial, sensible y necesaria en el mundo actual.
Uno no hace arte para buscar la aprobación de los demás. Uno hace arte porque es lo más puro que le nace del corazón, y esa actividad no tiene por qué tener consignas ni tintes ideológicos; pero en el mundo polarizado que vivimos, sucede inevitablemente, y lo vemos plasmado en las series, en las películas, en exhibiciones de arte visual, en libros y poemarios.
El arte, en todas sus dimensiones, está siendo usado como herramienta política desde los años 60, lo cual –creo yo– tergiversa su naturaleza misma. Esto sucede porque, como sociedad, lo hemos permitido: hemos olvidado cultivarnos, hemos elegido el simplismo de la inmediatez, nos hemos dejado impresionar por estímulos rápidos pero flojos.
Para ser más concreta, ¿a qué llamamos arte, hoy por hoy?
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¿A una banana pegada con cinta en una pared que vale millones de dólares? ¿A canciones cuya letra está compuesta mayoritariamente por vulgaridades? Inclusive se ha llegado a llamar arte en el Perú a una obra que atenta contra la imagen de la Virgen Maria, que es sagrada para el 90% de nuestros ciudadanos, y a películas de drag queens y otras que, por ahí, relativizan la época del terrorismo.
Todo esto es respaldado por corrientes que argumentan que “el arte sirve para incomodar y confrontar, y que la ofensa es válida”.
¿Eso es arte? Yo no lo creo.
El arte no es solo un “medio de expresión” como muchos lo denominan. El arte no es una serie de prácticas amalgamables a las intenciones de un grupo particular, sino que es un medio para nutrir nuestro espíritu y elevar nuestra alma.
Ese es el componente en donde –creo– que a nuestra sociedad le falta profundizar porque frecuentemente olvidamos que el ser humano no es solo carne y hueso, no vivimos solo para satisfacer impulsos, también somos alma y espíritu que desean acercarse a lo divino y trascendental, sin dogmas ni religiones específicas, simplemente a algo superior.
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Cuando vemos, escuchamos o leemos una pieza de arte que verdaderamente nos toca se nos va el aliento por un segundo. Algunos, al conmoverse, soltarán una lágrima; otros sentirán una presión en el estómago o en el pecho, quizás a varios se nos ponga la piel de gallina.
En ese instante, el arte –además de comunicar lo que ha querido comunicar su autor– nos ha acercado a algo más bello y grande que nosotros.
El arte no solo nos nutre en este sentido, sino que nos ayuda a ser mejores personas: más empáticos, más sensibles, más receptivos a la belleza y al dolor de los demás.
Desde la escritura, puntualmente, el arte nos obliga a caminar en los zapatos de sus protagonistas y nos sumerge en una realidad alterna con dilemas ajenos, por lo que considero que un mundo sin arte –o un mundo con el concepto erróneo de lo que es arte– es un mundo deshumanizado.
Finalmente, así como el bien y el mal son dos cosas opuestas, indiscutibles y reales; en el arte existen criterios objetivos para medir la belleza de una obra o pieza, por lo que tampoco es cierto que la belleza sea absolutamente subjetiva.
Claro, subjetivamente una obra puede parecernos excelente, ideal para determinado tiempo y espacio o para algún fin específico, pero eso no quiere decir que una obra sea objetivamente bella.
Esto también hay que tenerlo claro porque, así como hay corrientes que nos quieren imponer que cualquier cosa es arte, también existen amenazas a lo que la civilización humana ha considerado bello por siglos.
Muchos filósofos, a lo largo de la existencia de la humanidad, nos han hablado de criterios para determinar la belleza, pero hay una cita del escritor Miguel de Unamuno que sintetiza estas ideas a la perfección: “¡Belleza, sí! Pero la belleza no es la del arte por el arte, no es la de los esteticistas. Belleza cuya contemplación no nos hace mejores, no es tal belleza.”
No quería dejar de compartirles esta reflexión sobre la misión del arte en este evento tan importante, esperando que haya resonado con alguno de ustedes, y pueda serles de ayuda en su apreciación o creación artística.
Nota: Discurso y reflexión de Camila Craig en la conferencia “Arte y Música: Expresiones que transforman a la sociedad” en el Congreso de la República.

Directora ejecutiva de ILAD Media