Es un error pensar que el liberalismo es uno solo y que éste necesariamente es pro empresa. Partamos de la contradicción que tenemos actualmente de algunos que son considerados como portavoces del liberalismo peruano, pero que a la primera que abren la boca en público dejan en claro que son cualquier cosa menos defensores de las libertades de los individuos. Después de todo, hoy en día ya debería de haber quedado claro que es un mito que se pueda ser liberal en lo económico, pero conservador en lo social. El liberalismo es una forma de vida que se sostiene sobre una serie de principios. Podemos discutir cuáles son esos principios, pero es completamente incoherente sugerir que no son los mismos principios cuando estamos en una discusión económica que cuando estamos en una discusión sobre derechos civiles.
Piensen, por ejemplo, en el eterno ataque del liberalismo contra el gobierno, porque éste es ineficiente por naturaleza. Se tolera que exista, porque es quien mejor está capacitado para resolver algunos asuntos propios de la sociedad moderna. Pero a todos los liberales les queda claro que el gobierno debería ser lo más pequeño posible. ¿En dónde está ese límite? ¿Cuán pequeño debe ser el gobierno? Bueno, pues, discutamos eso. Pero partamos del principio de que queremos que el gobierno sea lo más pequeño posible. ¿Por qué? Porque hay cosas que sabemos que es mejor que lo haga el sector privado, porque lo hace más eficientemente.
Pues bien, ¿por qué decimos que el sector privado hace las cosas más eficientemente? Fácil. Porque en competencia debe observar una serie de criterios o se expone a quebrar. Una empresa pública, en cambio, puede seguir haciendo las cosas mal y no pasa nada, porque dinero del Estado -pagado con todos nuestros impuestos- cubre las pérdidas. Una empresa pública no tiene que invertir en nueva tecnología, como no lo hacía CPT antes de ser privatizada. Una empresa pública no tiene que planear a largo plazo sus inversiones, como no lo hace Petroperú. Y una empresa pública no tiene que aplicar meritocracia, como no lo hace Sedapal.
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Aquí siempre creemos que estamos por encima de las reglas y las relaciones que la ciencia económica ha encontrado. Creemos que poner límites a los precios será distinto aquí, que podemos crear impuestos en plena recuperación porque aquí la economía funciona de otra manera, que podemos imprimir inorgánicamente un poquito y no pasará nada. Aquí siempre creemos que revolucionaremos cómo se hacen las cosas y le demostraremos al mundo que estaban equivocados. ¿Y saben qué? Siempre nos equivocamos. Ahí está la hiperinflación de los ochenta para restregársela en la cara a los economistas de izquierda que creían estar siendo muy rebeldes. Ahí está la deuda millonaria de Petroperú. Ahí está el colapso de las inversiones mineras después del gobierno de Humala.
Porque no, no somos especiales. En el Perú la teoría se cumple, nos guste o no. Y así como se cumplen las reglas de las políticas públicas, aunque no queramos aceptarlo, también se cumplen las de gerencia en una empresa privada. Por ejemplo, a los líderes del sector privado les encanta atacar a las empresas públicas, diciendo que no son eficientes. Sin embargo, ¿qué acaso la argolla y las relaciones personales priman por encima de todo lo demás? Las empresas grandes peruanas no son meritocráticas ni por asomo. Quizás en las áreas más técnicas. Pero no en todo lo demás.
Piensen, por ejemplo, cómo es posible que las mineras tengan un nivel envidiable de excelencia tecnológica en la mina, pero un desempeño tan lamentable en su área de prensa o en su área de relaciones comunitarias, aplicando sin éxito la misma estrategia con variaciones menores que hace dos décadas. Es suficiente ver quiénes son los consultores y los gerentes y los jefes de esas áreas. Si fueran meritocráticas, los habrían botado hace quince años. Pero no lo son. Ahí siguen perdiendo la confianza de la población y perdiendo la batalla de las ideas cada vez más.
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Economista